GLP: El combustible de transición olvidado que podría reducir ya las emisiones urbanas

El objetivo de reducir las emisiones contaminantes y lograr la descarbonización en el sector de la movilidad es compartido por los distintos países europeos, y no hay dudas al respecto. Pero, lo que hoy podría haber sido un avance mucho mayor, se sigue manteniendo en pequeños pasos en una carrera en la que cada vez hay más participantes y competidores. 

En plena carrera hacia la descarbonización del transporte, el foco mediático e institucional se centra casi exclusivamente en el coche eléctrico y, a medio plazo, en el hidrógeno. Sin embargo, en ese camino hacia un futuro más limpio, existe una alternativa ya disponible, económica, con infraestructuras desarrolladas y capaz de reducir de manera inmediata las emisiones contaminantes del parque móvil: el gas licuado del petróleo, más conocido como GLP o autogas. Sorprendentemente, esta opción sigue sin contar con el respaldo institucional necesario para desplegar todo su potencial.

Una tecnología madura y asequible

El GLP no es una promesa futura. Es una tecnología consolidada que funciona en miles de vehículos en Europa y que ha demostrado ser una solución eficiente para reducir las emisiones contaminantes. En España, sin ir más lejos, el coche más vendido en 2023 y 2024 ha sido el Dacia Sandero en su versión bifuel (gasolina y GLP). Un éxito que no es casual: combina un precio contenido con bajos costes de uso y la codiciada etiqueta ECO, que permite circular con menos restricciones por el centro de las ciudades.

Además, la conversión de un vehículo de gasolina a GLP es una operación técnicamente sencilla y económicamente viable. Con un coste que puede rondar entre los 1.500 y 2.500 euros, es hasta diez veces más barato que la compra de un coche nuevo eléctrico o híbrido enchufable, lo que convierte al GLP en una alternativa real para los hogares con menor capacidad adquisitiva, precisamente los más afectados por las restricciones de movilidad en las grandes ciudades.

Beneficios medioambientales inmediatos

Desde el punto de vista ambiental, el GLP ofrece una reducción significativa de emisiones respecto a los combustibles tradicionales. En comparación con la gasolina, emite hasta un 90% menos de óxidos de nitrógeno (NOx) y hasta un 15% menos de CO₂. Además, su combustión es más limpia, lo que reduce drásticamente las partículas en suspensión, uno de los principales causantes de enfermedades respiratorias en entornos urbanos.

Este impacto positivo sería inmediato si se incentivara de forma decidida la conversión del actual parque de vehículos de gasolina a GLP, especialmente en las ciudades donde la contaminación del aire se ha convertido en un problema crónico.

Falta de apoyo institucional: una oportunidad perdida

Pese a estas ventajas, el GLP ha quedado en tierra de nadie en las políticas públicas de movilidad. Las ayudas del Plan MOVES, por ejemplo, excluyen sistemáticamente tanto la compra de vehículos bifuel como la conversión de coches a GLP. Tampoco existe una campaña institucional clara que informe a los ciudadanos sobre esta posibilidad, a pesar de su potencial para renovar de forma económica y rápida el parque móvil contaminante.

El resultado es que una tecnología probada, con red de repostaje desplegada y beneficios evidentes, queda infrautilizada, mientras se espera a una electrificación total que, en la práctica, aún está lejos de alcanzar a la mayoría de los ciudadanos, tanto por precio como por limitaciones de infraestructura.

El GLP como puente hacia el futuro

El discurso mediático sobre la movilidad sostenible parece estar dominado por una visión a largo plazo que, sin duda, es necesaria. Pero en ese camino hacia el cero emisiones, hace falta una solución puente, viable y de rápida implantación. El GLP es esa solución. No reemplazará al vehículo eléctrico ni al hidrógeno, pero sí puede ser el trampolín que necesitamos hoy para reducir las emisiones mientras se desarrollan y democratizan las tecnologías del mañana.

Ignorar su potencial no solo es un error estratégico: es una oportunidad perdida en la lucha contra el cambio climático y la mejora de la calidad del aire. Un impulso institucional —en forma de incentivos, campañas de información y apoyo a la conversión— podría transformar el GLP en una herramienta clave para avanzar en la transición ecológica con justicia social.

Porque cuando el futuro todavía no ha llegado del todo, lo responsable es actuar con las soluciones que ya tenemos a mano. Y el GLP lo está, esperando que alguien, desde las instituciones, lo tome en serio.